peregrine ['perəgrən]
coming from another country; wandering, traveling, or migrating
A collaboration of emerging immigrant writers and literary translators working in Spanish and English
Encontré a mi tía Chelita en el jardín de su casa viendo el atardecer sentada en la mecedora, aferrada todavía a su café matutino. Sus momentos de lucidez cada vez son menos, no siempre se acuerda de mí, no siempre es capaz de entablar una conversación.
El licor de anís me recuerda invariablemente a las hermanas Delfino. Ellas nos lo servían en unas copitas elegantes a mi prima y a mí cuando, de niñas, las visitábamos.
Era la época de lluvias en Chiapas y la estrecha carretera obligaba a manejar despacio y con cuidado. Siempre a la espera de algún derrumbe escondiéndose tras la siguiente curva. Yo manejaba con la ventana abierta, con el aire fresco golpeándome la cara, y dándome una excusa para tener los ojos húmedos, llenos de lágrimas nunca derramadas.
La tripa añora, tiene memoria, posee un poder de amarre de largo alcance. La tripa llama y el alma es incapaz de hacerse la que no oye. Hasta donde tengo entendido, el sobrante del nudo de mi ombligo no está enterrado en ninguna parte; si no fue a dar a la basura, tal vez sigue tieso e inerte dentro de la caja de puros en donde mamá guarda sus tesoros, sin más cerrojo que un remedo de moño rosa descolorido.
En un pueblo conquistado, los nativos apelan a la migración. Ya no hay parcelas, la violencia las ha transformado en fosas clandestinas.
Nunca olvidaré la primera vez que vomité. Fue el día que salí de El Salvador. En ese entonces tenía diez años y vivía con mi abuela. Mi madre acababa de regresar de los Estados Unidos. La cosa se había puesto brava en mi país.
Antes de entrar a la sala de clase, formábamos fila por orden de estatura. Apenas un tantico más baja que yo, el lugar de Amelia era frente al mío. Día tras día yo le pellizcaba el cuello, y ella callaba. Mi madre era la maestra de música del pueblo. Por eso, ya a los seis años, yo tenía mis prerrogativas. Amelia era huérfana de madre y solo tenía humildad.
Fuiste flor de café todas tus mañanas
flor de sigilo cada madrugada
de enaguas vaporosas, rústicas sandalias
fuiste noche de aguardiente
lamento de paisana.
Granito de sal en esta noble, ardua Esfera.
¿O me engaña por acaso un ansia alucinada?
¿Son apenas gratuitas ilusiones que soporta
siglo a siglo mi antigua esperanza mexicana?